Se ha hecho esperar. Originalmente, iba a presentarse en nuestra ciudad como artista estelar de Bésame Mucho, un festival musical que estaba planeado para el pasado mes de diciembre y que, tras el súbito anuncio de su retirada, se canceló por completo.
Después de eso, Shakira pospuso su siguiente concierto en Los Ángeles, programado para el 20 de junio de este año, y lo reprogramó para el 4 de agosto. Ni ella ni sus representantes ofrecieron detalles sobre la decisión, aunque no era un secreto para nadie que el asunto respondía al temor producido por la inseguridad que se vivía en esos días por aquí, en medio de las protestas generadas por las redadas indiscriminadas de ICE.
Pero nada de eso parece haber afectado a sus fans de hueso colorado en esta parte del mundo, que son mayormente latinos y cuya disposición para verla en vivo más allá de cualquier temor fue tanta, que hizo que el paso por nuestra ciudad se extendiera a una fecha adicional, es decir, la del 5 de agosto.
A estas alturas, la estrella colombiana es una de las fuerzas más poderosas en el universo del entretenimiento, con un alcance global que no se limita a nuestra comunidad, y lo cierto es que no ha escatimado esfuerzos ni energías para lograrlo. Se piense lo que se piense de la música que hace, asistir a uno de sus conciertos actuales -como pasó con nosotros este martes- lleva a darse cuenta del enorme trabajo que realiza al lado de sus allegados con la finalidad de mantenerse vigente y conquistar a su público cautivo.
Esto implica no solamente el desarrollo de un ambicioso diseño de producción que recurre a las más modernas tecnologías, sino también una preparación escénica impresionante, con la que ella misma da cuenta tanto de su estupendo estado físico como del tiempo que ha invertido para desarrollar coreografías que la muestran bailando constantemente a la par que sus bailarines, siguiendo con eficacia movimientos robóticos en cierto momento y manteniéndose plenamente activa durante casi todo el espectáculo.
No pueden olvidarse tampoco sus momentos de lucimiento personal, protagonizados por la prodigiosa habilidad que todavía tiene para sacudir las caderas mientras interpreta su propia versión de la danza oriental, conocida popularmente como danza del vientre. Este lunes, se dio incluso el lujo de agregarle colorido al asunto al recurrir a unas vistosas dagas durante la interpretación de “Whenever, Wherever” (un corte de latin pop hecho y derecho, pese a llevar una letra en inglés).
En la presente gira, titulada “Las mujeres ya no lloran”, todo esto llega acompañado de cambios frecuentes de vestuario que se producen con una rapidez desconcertante y que la llevan a lucir trajes de todo tipo (hubo uno especialmente encantador, lleno de espejos que simulan ser diamantes). La parte visual es debidamente destacada por unas pantallas gigantes que se encuentran ubicadas en posiciones inusuales, que retratan minuciosamente los movimientos de la artista y de sus acompañantes gracias a la labor sincronizada de múltiples cámaras y que, de vez en cuando, se convierten en una suerte de lienzo de dimensiones inabarcables para mostrar vistas completas del escenario y proyectar videos de animación realizados aparentemente con Inteligencia Artificial.
Fue por ello una pena que este nivel de espectacularidad se viera afectado por unas condiciones de sonido que estuvieron lejos de ser ideales, pese a que no resultaron tan malas como las que se dieron durante la actuación inicial de Black Eyed Peas, el grupo telonero que acompañó luego a Shakira durante la interpretación de “GIRL LIKE ME”, convirtiéndose con ello en los únicos artistas invitados de la velada (a diferencia de lo que ocurrió, por ejemplo, en Miami, donde participaron Alejandro Sanz, Ozuna y Manuel Turizo). Estamos cada vez más convencidos de que el SoFi, diseñado para actividades deportivas, no posee las condiciones acústicas necesarias para la música en vivo, lo que significa un reto mayúsculo para cualquier ingeniero.
De ese modo, resultaba difícil distinguir las modulaciones del canto o entender realmente sus letras, lo que, de paso, afectó la apreciación del estado en que se encuentra su voz. Y esta, adicionalmente, parecía estar severamente sometida a efectos de consola (¿o se trataba de una impresión producida por el eco indeseado del inmueble?). A fin de cuentas, la sudamericana parecía estarle poniendo muchas más ganas al gran espectáculo que a la cuestión interpretativa, al menos en lo que respecta al empleo de su garganta.
De todos modos, sería injusto decir que Shakira es una artista de pop intrascendente que se gana fácilmente los frijoles. Según las reglas básicas del mercado, es alguien que merece facturar, como lo dice en sus recientes composiciones. Pero eso no quiere decir que sea inmune a las críticas.
En una de sus pocas intervenciones habladas, habló de circunstancias personales que son de dominio público. “Como todos saben, en los últimos tiempos, mi vida no ha sido fácil; pero, [cuando maduramos], las mujeres podemos ser más sabias, más fuertes, más resilientes”, señaló. Se refería a las situaciones complicadas que sufrió debido a su separación del futbolista español Gerard Piqué, con quien tuvo dos hijos, y a quien se acusó en su momento de infidelidad.
Lo que no le ha pasado es encontrarse en una mala posición económica. Sabemos que el dinero no lo es todo en la vida y que no proporciona la felicidad (aunque nos cueste muchas veces creerlo), pero bueno, por ese lado, no le ha ido tan mal.
Es probable que la suerte que atraviesa sería muy distinta si es que, hace ya un cuarto de siglo, hubiera decidido seguir haciendo la música propositiva de sus inicios y no entregarse a una mucho más superficial e inconsistente, que fue justamente la que dominó el concierto, con una que otra excepción.
Tal y como van las cosas, es absurdo que alguien decida pagar un boleto para ver a Shakira interpretando las canciones rockeras de sus inicios. Estas no faltaron por completo; cerca del final, se escuchó “Pies descalzos, sueños blancos”, la emblemática pieza de 1996 que cuestiona el conservadurismo e invoca lo ancestral, y mucho antes, se presentó una versión de “Don’t Bother” -un tema mucho más reciente, del 2005- que la vio tocando incluso un sencillo solo de guitarra eléctrica y que terminó con poderosos redobles de batería. En cierto momento, la dama apareció llevando encima una flying V (googleen la imagen para entender a lo que nos referimos).
Sin embargo, estos segmentos fueron solo lunares en medio de una faena que se extendió por más de dos horas y que no se distinguió precisamente por esa clase de sonidos, sino por combinaciones de temas pegajosos como “Te felicito” (la de los robots), “Men in this Town” (que hacía su debut en vivo), “La tortura”, “Hips Don’t Lie”, “Chantaje”, “Monotonía”, “Waka Waka (This Time for Africa)” y “She Wolf”. Pero eso tampoco significa que Shakira haya abandonado el empleo de recursos capaces de proporcionar una gran performance musical.
A pesar de que apareció inicialmente secundada por un formato electrónico de DJs mientras interpretaba la primera canción de la noche, “La fuerte”, el formato instrumental fue cambiando constantemente a lo largo del show, asistido por una banda completa y por las bienvenidas incursiones de percusiones manuales. Se infiltró también por ahí un violín. Ojalá que el sonido hubiera sido más propicio para poder entender bien hacia dónde iba la propuesta, que incorporaba elementos del pop, el reggaetón, el vallenato y el dance, entre otros ritmos.
Lo que sí es cierto es que la adopción de un estilo comercial ha ido de la mano con el abandono casi total de consideraciones sociales o políticas. En el SoFi, la barranquillera no hizo ningún comentario de esta clase, lo que iba de la mano con su postura habitual pero que se vio agravado por el hecho de que postergó la presentación originalmente pactada en este mismo auditorio por motivos íntimamente ligados a circunstancias urgentes. Se esperaba al menos que diera algunas palabras genéricas sobre los malos momentos que atraviesa nuestra comunidad. O, al menos, nosotros lo esperábamos.
En ese sentido, tampoco podía pretenderse que dijera algo sobre el conflicto en el Medio Oriente, una temática en la que tendría que estar interesada en vista de que es descendiente de libaneses y ha empleado siempre elementos de la cultura árabe en su discurso artístico.
Las letras de amor y de desamor han sido una constante en su carrera; pero es bien sabido que, desde su amarga ruptura con Piqué, su mejor carta ha sido la del empoderamiento de las mujeres traicionadas, es decir, un terreno particularmente fértil en el mercado hispano, como lo prueba el éxito que tuvieron las interpretaciones de la finada Paquita la del Barrio (que, a diferencia de la colombiana, no componía).
Este es un tópico que Shakira ha explotado con creces y que se extiende hasta uno de sus sencillos más recientes, elocuentemente llamado “Soltera” y presentado en el SoFi, donde, claro está, tampoco faltó “BZRP Music Sessions #53”, el ‘hit’ arrollador que sirvió de cierre para un concierto que, en términos económicos, tiene que haber sido inmensamente rentable, porque la plaza se encontraba llena de cabo a rabo.
La colombiana sabe bien que, con esta estrategia, asegura la llegada a una audiencia multitudinaria y no se gana enemigos de ninguna clase, a no ser que queramos hablar de los hombres que se puedan ofender porque se les digan unas cuantas verdades.
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