No le llamen viajero. Chad Baker-Mazara aseguró que su camino de cuatro universidades en su carrera colegial, le permitió aterrizar en el lugar que había estado buscando desde el inicio de su aventura en el básquetbol universitario al llegar a la Universidad del Sur de California (USC) en mayo.
A sus 25 años, ya es considerado un veterano en cuanto a los estandartes a nivel colegial, algo que espera implementar en el vestuario y en las canchas para liderar a su quinto equipo desde el 2020.
Inició su camino con los Duquesne Dukes entre 2020-21, para luego ir a los San Diego State Aztecs para la temporada 2021-22, después viajar a la costa este con los Northwest Florida State College en la temporada 2022-23 y cerrar con los Auburn Tigers para las temporadas 2023 al 2025 antes de volver al Sur de California.
Ha sido un recorrido singular, pero tiene la convicción de escribir el capítulo más importante de su carrera como jugador de básquetbol ahora con los Trojans, cuando inicie la temporada 2025-26 en noviembre.
Nacido en Santo Domingo, creció bajo la influencia de su padre, quien jugó en la selección dominicana y en varias ligas internacionales. Desde muy chico tuvo claro que quería seguir sus pasos.
“Mi papá fue mi primer coach, mi ejemplo. Verlo jugar me marcó para siempre”, dijo Baker-Mazara en una conversación con el LA Times en Español en USC.
Aunque pasó por otros deportes como el fútbol y el béisbol, fue el baloncesto lo que realmente lo atrapó. El sueño comenzó a materializarse cuando, siendo adolescente, se mudó a Nueva Jersey. Allí jugó en Colonia High School y más tarde en SPIRE Academy, donde empezó a ganar reconocimiento nacional.
Su carrera universitaria ha sido todo menos lineal. Inició en Duquesne, donde como novato promedió 9.5 puntos por partido y tuvo actuaciones destacadas. Luego vino su paso por San Diego State, donde fue Sexto Hombre del Año en la Mountain West Conference. A continuación, bajó al nivel junior college con Northwest Florida State College y fue pieza fundamental en la conquista del campeonato nacional de la NJCAA. Allí explotó ofensivamente, promediando más de 15 puntos por juego y con un letal 46.9% desde la línea de tres.
Su desempeño le abrió la puerta a Auburn. En dos temporadas con los Tigers, se consolidó como titular y pieza clave. Aportó defensa, madurez y eficacia desde el perímetro. En su segundo año alcanzó promedios de 12.3 puntos, 3 rebotes y 2.7 asistencias por partido, ayudando a Auburn a llegar hasta la Final Four. Fue allí, en semifinales ante Michigan State, donde una lesión en la mano detuvo momentáneamente su deseo de probar suerte en el pasado draft de la NBA que se celebró el 25 de junio.
“Iba a declararme para el draft este año, pero lesionado no iba a poder mostrar mi mejor versión”, aseguró. Decidió recuperarse completamente y darle una última vuelta al baloncesto universitario.
Él considera que su llegada a USC es el cierre simbólico de un ciclo.
“Cuando era más joven, vine a visitar la universidad con mi tía, que se graduó de aquí. Vi a Nikola Vucevic caminando por el campus y me dije ‘yo quiero jugar aquí algún día’”.
Ahora ese sueño es realidad. Llega como uno de los veteranos del equipo, con un entrenador como Eric Musselman.
“Nos empuja a estar unidos dentro y fuera de la cancha. Quiere que haya una conexión real entre nosotros como grupo. Y se nota que los muchachos quieren competir y ganar juntos”, dijo sobre su nuevo técnico.
Aunque su dorsal ideal es el 10, número que usó en Auburn, en USC optó por el 4, un guiño a sus inicios.
“El 10 está retirado aquí, así que me fui con mis frutos viejos”.
A estas alturas, lo simbólico pesa. También lo hace su representación como jugador latino en el baloncesto estadounidense, un espacio donde aún hay camino por recorrer.
“Cada año hay más latinos tocando puertas. Lo importante es que cuando uno llega, no solo está representando su país, sino a toda la comunidad latina”, dijo el dominicano. “Quiero que se entienda que no soy el mismo dentro y fuera de la cancha. Allá adentro, en el rectángulo, somos rivales. Está en juego mi sueño, y yo voy con todo… Mi mentalidad puede no gustarle a muchos porque creo que si tu y yo vamos a pelear por ese plato de comida, voy a hacer lo imposible para no dejarte tomar ese plato. Dentro de la duela somos enemigos”.
Con toda la situación social creada por las redadas por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE por sus siglas en inglés), Baker-Mazara quiere servir como un ejemplo de un inmigrante que llega a Estados Unidos y aportar de manera positiva.
El mensaje a la comunidad inmigrante es resiliencia y trabajo duro.
“Eso es lo que hace la historia mejor cuando tú llegas. Así es cómo vivo mi vida… Cuando llegué aquí me la pusieron muy difícil, no me querían poner a jugar ni nada de eso. Y yo, normal, bajé mi cabeza, me enfoqué y apunté en mí mismo y mira donde estoy, gracias a Dios. Así que le digo a todo el mundo, aunque sea más difícil, aunque se vea hasta imposible, trata. Imposible es una palabra, eso es si tú te lo pones tú mismo aquí arriba”.
Uno de los referentes que Chad admira profundamente es Hansel Emmanuel, el joven dominicano que perdió su brazo izquierdo en un accidente a los seis años cuando un muro de bloques de cemento se derrumbó sobre él, atrapándolo, causando que le amputaran el brazo y aún así hoy compite al más alto nivel del baloncesto colegial estadounidense.
“Fue un shock para todo el país cuando ocurrió eso, porque Hansel siempre fue un niño con talento. Ese accidente causó mucho ruido allá. Desde pequeño se notaba que era diferente”, recordó Baker-Mazara, quien lo conoce desde la infancia por la amistad que unía a sus padres.
Emmanuel no fue seleccionado en el reciente draft de la NBA. A pesar de su impresionante trayectoria sobre las duelas en su carrera universitaria, no recibió invitación para unirse a ningún equipo de la NBA.
“Lo que más admiro de él es su mentalidad. Nunca se dejó vencer por lo que podría parecer una desventaja. Empujó hacia adelante, siguió trabajando. Hoy está donde está porque nunca aceptó un no como respuesta. Y aunque soy mayor que él, muchas veces lo miro como un ejemplo, como alguien cuyos pasos quiero seguir”, dijo Baker-Mazara, quien actualmente desarrolla la carrera de Estudios Interdisciplinarios, que incluye tres categorías menores como sports coaching, español y sociología.
La relación entre ambos se mantiene viva, aunque no hablen todos los días.
“Ese es como un hermanito chiquito para mí. Vivimos a 15 minutos cuando estamos en casa. Sabe que con una llamada puede contar conmigo”, afirmó el guardia y alero.
Otro punto clave en su formación ha sido Kobe Bryant.
“Kobe murió el día antes de mi cumpleaños. Desde ese año, ni siquiera celebro ese día. Fue como perder a un familiar”.
La figura del número 24 de los Lakers marcó profundamente su vida, tanto en lo personal como en lo deportivo.
“Aparte de mi papá, Kobe fue una razón por la que me incliné por el baloncesto. Era uno de mis sueños que viniera a verme jugar. No se pudo, pero siento que está aquí en espíritu. Esta es su ciudad. Esto es Kobe Bryant”.
Baker-Mazara intenta emular la “Mamba Mentality” en su rutina diaria, en su forma de competir y de afrontar los retos.
Si no llega a la NBA, tiene claro que buscará oportunidades profesionales donde sea necesario.
“Yo vengo de Santo Domingo. A mí no me asusta tener que jugar en cualquier país. Mientras pueda alimentar a mi familia y dejar un ejemplo para mi hermanita, voy a seguir dándole”.
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