Las imágenes que surgen de El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río Porciúncula son inquietantes, mientras la ciudad de 3,9 millones de habitantes recibe un puñetazo por parte de un presidente que aún no ha conocido a un inmigrante que amaba, quizás incluidas sus dos esposas.
Cuando las fuerzas federales de inmigración irrumpieron en una fábrica de ropa en el distrito textil de la ciudad el viernes 6 de junio, por la tarde y desplegaron vehículos de estilo militar, provocaron indignación en una ciudad donde más de uno de cada tres residentes es inmigrante.
No apruebo la violencia de ninguno de los dos bandos. Creo que existen formas pacíficas de protestar contra las acciones de los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), la Patrulla Fronteriza o el Departamento de Seguridad Nacional, quienes, según nos han dicho una y otra vez, se centran en los residentes indocumentados que cometen delitos. Sin embargo, sabemos que ciudadanos estadounidenses y residentes legales han sido detenidos ilegalmente, y los angelinos pagarán las consecuencias de los vehículos de patrulla incendiados, los daños a la propiedad y la imagen negativa e incorrecta de una metrópolis controlada por pandillas.
Lo vi venir en el momento en que un millonario de Nueva York bajó por las escaleras mecánicas de la Torre Trump para anunciar su candidatura presidencial hace casi 10 años (hasta la fecha) e inmediatamente pintó a los inmigrantes mexicanos como asesinos, traficantes de drogas y violadores.
El entonces presidente Donald Trump intentó que el Censo de 2020 incluyera una pregunta sobre el estatus migratorio. Los tribunales rechazaron ese intento, pero obtuvimos la imagen de un presidente empeñado en eliminar del país a las personas de piel morena, sin importar cuánto hubieran contribuido.
Posteriormente, el presidente contrató a Stephen Miller como asesor principal en política migratoria. Esto condujo a una prohibición de viajes, la separación de familias en la frontera, una reducción en la admisión de refugiados y un esfuerzo para poner fin a la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA).
Bendecido por lo que él cree que fue un mandato —pero amigos, su margen de voto popular del 1.5% es uno de los más pequeños que jamás verán— Trump ahora ha intensificado su guerra contra los inmigrantes.
Ampliar la afirmación, ya desacreditada, de que inmigrantes haitianos comían mascotas en una pequeña comunidad de Ohio fue solo el comienzo. Trump emitió una orden presidencial que eliminaba la ciudadanía por nacimiento, a pesar de que los tribunales ratificaron la 14.ª Enmienda. Su administración quiere hacer creer que prohibir que los residentes indocumentados reciban beneficios de Medicaid o SNAP salvará esos programas federales para los ciudadanos. El problema es que cualquier residente indocumentado le dirá que no puede acceder a esos beneficios.
Entonces, ¿por qué menciono estos temas? En primer lugar, esto ayuda a explicar la ira contenida que la comunidad inmigrante siente hacia la administración Trump.
En segundo lugar, porque quienes menosprecian a los manifestantes que portan la bandera mexicana no entienden California, un estado cuyo nombre proviene de la novela española del siglo XVI “Las Sergas de Esplandián”. La bandera mexicana es estadounidense
Sí, la bandera mexicana es tan estadounidense como los tacos, la salsa y el guacamole.
Nueva York exhibe banderas italianas en honor a una comunidad que contribuyó a su desarrollo. De igual manera, Boston tiene banderas irlandesas en honor a otra comunidad inmigrante que enriqueció la ciudad. Era común ver ondear las banderas de varios países durante el Mundial de 1994 en Estados Unidos, y muchas comunidades étnicas acudieron a animar a su selección.
Así, el verde, rojo y blanco de la bandera mexicana son parte del paisaje californiano tanto como Hollywood, el puente Golden Gate y Big Sur.
Los mexicanos y sus descendientes han contribuido a la riqueza de California. Su bandera refleja el orgullo por su historia. Tienen derecho a exhibirla con orgullo.
El columnista de Los Angeles Time, Gustavo Arellano calificó ondear una bandera mexicana en una protesta como “un buen problema”. Y el reconocido periodista Edward R. Murrow dijo una vez: “No debemos confundir la disidencia con la deslealtad. Cuando la oposición leal muere, creo que el alma de Estados Unidos muere con ella”.
Si Trump y sus partidarios consideran que la bandera mexicana es el enemigo, tal vez deberían repasar su historia de California y retirar sus banderas confederadas.
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