Gérard Depardieu no solo se enfrentará a dos mujeres que lo acusan de agresión sexual cuando entre en un tribunal de París el lunes. El actor más famoso de Francia también se enfrentará a una nación criticada desde hace tiempo por no abordar la violencia sexual, especialmente cuando la cometen sus figuras más poderosas.
Depardieu, de 76 años, está acusado de agredir a un decorador y a un asistente de dirección durante el rodaje de “Les Volets Verts” (“Las persianas verdes”) en 2021. Si bien más de 20 mujeres lo han acusado públicamente de conducta sexual inapropiada, esta es la primera vez que uno de esos casos llega a juicio.
También es el caso más destacado tras la era del #MeToo en Francia, y pone a prueba si un país famoso por su cultura de la seducción está dispuesto a exigir responsabilidades a sus titanes culturales.
La fiscalía afirma que Depardieu atrapó a una de las mujeres con las piernas antes de manosearla por la cintura y los pechos delante de testigos. En una entrevista con el medio de investigación Mediapart, la decoradora de 54 años declaró que Depardieu gritó en el set que “ni siquiera se le podía levantar” por el calor, y luego le dijo: “Ven a tocar mi gran sombrilla. Te la voy a clavar en las entrañas”. Ella contó que él la agarró con fuerza y que sus guardaespaldas tuvieron que apartarla.
Otra mujer, una asistente de dirección de 34 años, alegó haber sido manoseada tanto en el set como en la calle. No se han revelado las identidades de las demandantes para proteger a las presuntas víctimas de violencia sexual.
Depardieu ha negado todas las acusaciones.
En una carta abierta publicada en Le Figaro en octubre de 2023, escribió: “Nunca, pero nunca, he abusado de una mujer. Pensar que he lastimado a alguien o la he hecho sentir incómoda me resulta intolerable”. Añadió: “Solo he sido culpable de ser demasiado cariñoso, demasiado generoso o de tener un temperamento demasiado fuerte”.
Su abogado, Jérémie Assous, calificó el caso de infundado y afirmó que Depardieu, quien recientemente se sometió a un bypass cuádruple y padece diabetes, asistirá al juicio de dos días, al parecer con descansos programados para adaptarse a su estado de salud.
Una cultura lenta para afrontar el abuso
Francia se ha mostrado a menudo ambivalente, incluso reticente, hacia el movimiento #MeToo. Mientras Hollywood vio caer rápida y públicamente a hombres poderosos, la industria cinematográfica francesa tardó más en responder. Algunos desestimaron #MeToo como una exportación estadounidense incompatible con los valores franceses, alegando preocupación por la libertad de expresión y lo que consideraban una erosión de la cultura del coqueteo.
Roman Polanski, condenado en Estados Unidos por relaciones sexuales ilícitas con una menor y acusado por varias otras mujeres, continúa viviendo y trabajando en Francia con casi total impunidad. A pesar de la indignación internacional, sigue siendo una figura condecorada del cine francés. Su Premio César 2020 a Mejor Director, por “El oficial y el espía”, provocó que varias mujeres, entre ellas la actriz Adèle Haenel, abandonaran la ceremonia en señal de protesta.
Sin embargo, la industria ofreció poca resistencia institucional, lo que pone de manifiesto una profunda reticencia a confrontar el abuso cuando involucra a figuras culturales veneradas.
En febrero, el director Christophe Ruggia fue condenado por abusar sexualmente de Haenel cuando era niña. La actriz, que ya había abandonado la industria cinematográfica en señal de protesta, se ha convertido en una de las voces más destacadas del país en materia de abuso.
Judith Godrèche, actriz y cineasta, también se ha convertido en una figura destacada. En febrero de 2024, en un testimonio televisado, se dirigió a una comisión parlamentaria francesa, acusando a los directores Benoît Jacquot y Jacques Doillon de explotarla sexualmente en su adolescencia, acusaciones que ambos niegan. “No se trata de deseo ni de amor”, declaró a los legisladores. Se trata de poder. Se trata de un sistema que permite el silencio.
Esa misma comisión ha llamado a declarar a importantes actores y productores, incluido Jean Dujardin. Varios, según se informa, solicitaron que sus comparecencias se realizaran a puerta cerrada.
Testigos y rumores
Anouk Grinberg, una respetada actriz que apareció en “Les Volets Verts”, ha apoyado públicamente a los demandantes. Describió el comportamiento de Depardieu como vulgar y perturbador, afirmando que sintió “vergüenza” en el set.
En el momento de las presuntas agresiones de 2021, Depardieu ya estaba siendo investigado formalmente por violación. En 2018, la actriz Charlotte Arnould lo acusó de violarla en su domicilio. Ese caso sigue activo y, en agosto de 2024, la fiscalía solicitó su juicio.
A lo largo de cinco décadas de carrera, Depardieu protagonizó más de 200 películas, entre ellas “Cyrano de Bergerac”, “Jean de Florette”, “Green Card” y “El hombre de la máscara de hierro”. Sin embargo, sus controversias fuera de la pantalla han sido noticia desde hace tiempo, desde conducir ebrio hasta orinar en el pasillo de un avión.
Un documental de France Télévisions de 2023, “La Chute de l’Ogre” (“La caída del ogro”), reavivó el debate sobre su impunidad. Mostró imágenes del actor durante un viaje a Corea del Norte en 2018, donde hacía comentarios sexualmente inapropiados a una intérprete y parecía sexualizar a una niña que montaba a caballo.
Durante décadas, este tipo de comportamientos se consideraron parte de su personalidad imponente. Hoy, ese legado se ve directamente cuestionado.
Resistencia en un país famoso por la seducción
Godrèche, quien declaró a los legisladores que tenía 14 años cuando Jacquot la explotó por primera vez, ha pedido reformas en el plazo de prescripción de los delitos sexuales contra menores en Francia y nuevas protecciones para los menores en el ámbito artístico. Su testimonio, junto con el de otros sobrevivientes, ha atraído una atención política poco común hacia una cultura del silencio que, según muchos, impregna el cine francés.
Aun así, la resistencia persiste.
En 2018, la actriz Catherine Deneuve y más de 100 mujeres francesas prominentes firmaron una carta abierta en el periódico Le Monde defendiendo lo que llamaron la “libertad de molestar”. La carta argumentaba que el coqueteo no debía confundirse con el acoso y advertía contra el puritanismo al estilo estadounidense.
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