Hace algún tiempo, mi madre y yo fuimos a comer a un restaurante de Nueva York. El restaurante admitía perros y una mujer entró con dos perros con correa y se sentó. Uno de los perros olisqueó mi abrigo y lo dejó manchado de mocos. Ambos lloriqueaban, gimoteaban y estaban inquietos, moviéndose por debajo de nuestra mesa. Los dos olían mal. Entonces ella le pidió al camarero que les sirviera agua a sus perros, así que el camarero, de edad avanzada, tuvo que agacharse al suelo y colocar allí un recipiente para ellos; los perros sorbieron ruidosamente el agua. Más tarde, mi madre bromeó diciendo que debería acercarse a la mesa de ellos jadeando y ladrando y ponerse a escasos centímetros de sus piernas por debajo de la mesa para que se hicieran una idea de cómo nos sentíamos.
Una vez un perro pisoteó mi picnic y metió la nariz en mi comida, y los dueños se limitaron a decir: “No te preocupes, es amable”. “¡Nosotros no!”, repliqué. Sé que la gente adora a sus perros y no puedo imaginar por qué alguien no habría de hacerlo, pero ¿no existe una responsabilidad ética, cuando estás en público, de respetar el espacio privado de la gente? —Nombre reservado, Nueva York
Responde The Ethicist:
Estoy de acuerdo en que el dueño del perro se comportó mal. Pero también lo hizo el restaurante. Es de suponer que estabas cenando en interiores, donde el código de salubridad de Nueva York prohíbe los animales a menos que sean animales de servicio adiestrados, que no deben confundirse con los animales de apoyo emocional. (En los lugares al aire libre, donde los perros no están prohibidos, debe haber un cartel que diga, entre otras cosas: “Usted es responsable de controlar a su perro en todo momento”). Partiendo de la base de que no se trataba de animales de servicio, el restaurante infringió la ley. Hay que admitir que algunos restaurantes hacen la vista gorda con los perros. De todos modos, podrías haberle recordado al gerente el código de salubridad.
No voy a opinar sobre lo acertado de dicho código. Lo que sí voy a decir es que, incluso en un lugar como París, donde los restaurantes suelen permitir perros, existen normas sociales claras que regulan su comportamiento: básicamente, deben permanecer debajo de la mesa y, si los dejas que molesten, te pueden trasladar a la mesa à côté des toilettes. Lo que apunta a otra forma en que este restaurante te decepcionó: si iba a permitir una violación del código de salubridad, no debería haber agravado el problema permitiendo una violación de la etiqueta social básica. El gerente debería, como mínimo, haber encontrado una forma educada de decirle a esta clienta que controlara a sus peludos compañeros. Así que, de nuevo, habrías estado en tu derecho de quejarte al gerente. Por supuesto, también habrías estado en tu derecho de cenar en otro sitio. En Nueva York hay unos 25.000 sitios donde comer, y en la mayoría de ellos no te molestará un dueño de perro desconsiderado.
Kwame Anthony Appiah es el columnista de The Ethicist en The New York Times Magazine y enseña Filosofía en la Universidad de Nueva York. Sus libros incluyen Cosmopolitismo, The Honor Code y Las mentiras que nos unen: repensar la identidad. Para enviar una pregunta, manda un correo a [email protected]. Más de Kwame Anthony Appiah
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